viernes, 25 de enero de 2013

De finales y comienzos

Después de casi un mes... ¡Feliz año nuevo! Sí. Podría existir en este mundo loco en el que vivimos la posibilidad de comenzar el año cuando cada uno quiera. Una cosa son los calendarios oficiales, ya sabes, los solares, lunares, religiosos o esos rollos que deciden que hoy el día es más largo, marcan que mañana es tu cumpleaños o controlan los días que te quedan para poder descansar un poco; también, pienso, podría existir el calendario personal, ¿por qué no?

Ese calendario sería tan largo como quisieses, los días de descanso no estarían definidos, y podrías salir a bailar cuando tú así lo marcases. El día sería largo si tienes mucho por hacer y corto cuando no te apeteciese salir de la cama. Y siempre estarías sonriendo porque siempre habría tiempo para una última cerveza o un primer café… y si no te gustase lo que hay después, volverías a comenzar con otro nuevo calendario, otro nuevo año u otro nuevo periodo en la vida, que si no me contaron mal está llena de comienzos y finales.

Ese o esos calendarios comenzarían los días que quisieses, aunque siempre el día del comienzo tendría algo en común. Sería un día en el que estuvieses repanchingado en el sillón y tras un tiempo sin hacer básicamente nada decidieses girar vagamente la cabeza recostada en el “atrapahoras” hacia la ventana, verías a la gente pasar y te dirías a ti mismo: “yo también puedo estar ahí, para mí también hay un hueco”. Si tienes suerte ese día habría alguien que recostado a tu lado en el sillón ya habría decidido comenzar su año, y no con apatía sino también con una sonrisa, alguien importante. Como siempre en los momentos de película, una canción sonaría para adornar el fondo de la escena, tal vez algo cursi, popero… al más puro estilo del rebeldismo juvenil… ”y adelante hacia la luna, donde quiera que esté, que somos dos y es sólo una y yo… ya estuve una vez…”. Te levantarías, y esa sería sin duda la acción más importante para llegar al éxito del nuevo periodo, no porque fuese la más valiente, que lo sería, ni la que más costase, que también, no porque te fuese a llevar al trabajo que andas buscando, ni a ayudar más o mejor a tu madre en el hospital, no conquistarías a la chica del autobús y tampoco te haría aprobar el examen que salió mal… la gracia de ese paso sería el pensar que lo de ahí fuera todavía merece la pena.

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