lunes, 24 de diciembre de 2012

Ver lo que los demás deciden no ver

Los días de Navidad son siempre días rápidos, de reencuentros, comidas, regalos, estrés, porque nos gusta estresarnos cuando pasan cosas bonitas… aunque el rey de las idas y venidas, diría yo, que es sin duda el 24 de diciembre. Me sigue haciendo gracia como todos, Cristianos y también ateos siguen celebrando este día, aunque eso ya es otro tema.

Salía hoy, yo con bastante calma aunque llegaba tarde, de un gran centro comercial, de esos en que las luces iluminan los rostros, los adornos encandilan las miradas, y la música te deja boquiabierto; salía como digo, absorta por el espíritu navideño, como se suele salir, sin mirar hacia atrás. Hoy es mi día de suerte, justo en la parada de enfrente, está parando el autobús que me llevará a casa. Va cayendo la noche, son casi las 19:00 y los comercios comienzan a cerrar. Subo la primera y tomo asiento pero como suele pasar estos días hay colas largas, también para tomar el transporte público y tocará esperar hasta que arranque, pero no importa, parece que en estas fechas nada importa. Vuelvo a mirar las luces del centro comercial, ¡qué maravilla! centellean sin parar, también aún sigo escuchando la música que viene de dentro. Pero luego, sigo bajando la mirada, a la altura de la vida y veo a las personas, con sus prisas, los últimos besos, las primeras felicitaciones, las sonrisas, las confesiones, mirar el reloj. Me encanta ver, también lo que los demás deciden no ver, como el que decía... Detengo la mirada en un chico joven, parece extranjero, y rebusca en una basura cercana al centro comercial. A su lado una niña corretea feliz, cogiendo cosas del suelo, enseñándoselas al joven y volviéndolas a tirar. ¿Acaso ellos aún no tienen sus preparativos para la cena? En un arrebato de esos que suceden en estas fechas, pido al conductor que por favor me abra la puerta, al fin y al cabo el ticket no fue tan caro. Una fuerza extraña me empuja hacia la escena que me hizo salir del autobús. Yo, que soy tímida, miedosa, ¿hacia dónde voy? Esquivo a la gente, que sigue corriendo impasible a todo. Llego a los contenedores, sin embargo junto a ellos ahora no hay nadie. Me giro, el autobús ya se ha ido. Dudo. Estoy casi segura de que ahí había alguien. Recuerdo que en casa me criticarán por llegar tarde. Miro mis bolsas y me recuerdo dentro del supermercado, “pan: está, 3 de salmón ahumado: están, 2 lomos ibéricos (que somos muchos decían en casa): están”. Saco el pan de la bolsa, 2 de salmón y un lomo. Vuelvo a mirar a mi alrededor, no puedo distinguirlos… y vuelvo a dudar. Me agacho y dejo parte de mi compra junto al contenedor. Todavía extraña y dubitativa vuelvo a la parada de autobús. En siete minutos llega el siguiente. Lo tomo, de nuevo desde el bus y mientras todos terminan de subir sigo mirando, me levanto en el asiento, nada, sigue sin haber nadie. El autobús arranca, me giro para seguir mirando una escena que ahora se pierde en el camino. Me hubiese gustado ver algo más, terminar la historia como en un cuento, pero no pudo ser.
 
Al llegar a casa grito “no he traído más que una de salmón y un lomo, estaba todo arrasado en el super!!”, pero nadie parece molestarse, todos siguen corriendo, tampoco dicen nada porque llegue más tarde… que prevalezca la solidaridad frente al egoísmo, es lo que seguro hubiese recomendado el párroco si hubiese ido hoy a misa… Feliz Navidad a vosotros también, pienso.

viernes, 21 de diciembre de 2012

Que el fin del mundo, te pille bailando

“Aquí seguimos… ¡malditos Mayas!” escucho murmurar esta mañana ante el jovial “buenos días” del dueño del bar. Levanto la mirada discretamente, le observo: hombre, más bien bajo, de unos 60 años, complexión delgada, pelo entrecano, ropas desgastadas, un poco encorvado, manos toscas, expresión amarga. Entonces me acuerdo de los Mayas… ¡pobrecillos!, si llegan a saber la que se ha liado en Occidente… bueno, supongo que se habrían echado unas risas. Llegadas de ovnis, meteoritos que inciden en la tierra, refugios para el apocalipsis, que si el Pico de Bugarach que escapará al supuesto cataclismo, el bote salvavidas del hombre holandés que, con todos mis respetos, tenía pinta de matarile, fortalezas, arcas de Noé y hasta nerviosismo. Mientras, en México, Guatemala, Honduras, El Salvador y Belice, ajenos a toda esta patraña, se preparan mediante ceremonias folclóricas, teatrillos, danzas, para despedir el último sol de su era, un periodo de 5.200 años en el antiguo calendario de su civilización y dar comienzo a algo así como el 13 B’aktun. Vamos, lo que es empezar a contar otra vez, nuevo periodo, borrón y cuenta nueva, reanudamos como las otras 12 veces, tranquilité.

Los Mayas, conocidos y descritos muchas veces como auténticos sanguinarios, eran también una de las culturas mesoamericanas más importantes, que se vanagloriaban por tener profundos conocimientos de los ciclos celestes. Dejaron su huella en monumentos, escrituras jeroglíficas, códices, cerámicas, modos de vida, glifos… pero está claro que su idea del fin de la era, no es la misma idea que nosotros hemos tomado de destrucción y caos. Muchos, no obstante, sonreían al coquetear los pasados días con ello, y quizá, por qué no, hasta pensaban que no era tan mala idea. Desahucios, despidos, recortes, desesperación, impotencia, pesimismo… y de repente ¡¡¡PUM!!! Se acabó todo, también los problemas.

“No sea usted así” le contesta una señora que sujeta descuidadamente el carrito de la compra aún vacío. “Que mañana es la lotería, piense que igual se le inicia una era mejor”, el hombre le mira escéptico, “igual no ha comprado boleto” ríen algunos del bar. Bajo la cabeza y me sonrío a mí misma, a la vez los pies me comienzan a danzar solos bajo la mesa, las piernas me tintinean y se balancea ligeramente mi cuerpo en la silla, agito como una batuta la cucharilla dentro de la taza de café y suelto el periódico para sostener con el puño cerrado la barbilla, tontamente comienzo a tatarear como el ronco Sabina “Que el fin del mundo, te pille bailando… que el escenario te tiña las canas… que nunca sepas, ni cómo ni cuándo, ni ciento volando, ni ayer, ni mañana…”

Comenzamos...


Frente a la consciencia del saco roto en que caerán estas letras y el exceso de información y opinión al alcance de cualquiera, se presenta mi ilusión de pensar por mí misma, disfrutar con el arte de unir palabras y poder también aportar algo. No pretendo dar lecciones ya que no considero tener mucha idea de nada, tampoco presumir de experiencia pues mis años aún no lo permiten, ni siquiera escribir por rellenar hueco porque nadie me obliga y tampoco va conmigo; así que de momento, escribiré para mí, simplemente porque me gusta, por recoger en algún sitio todo lo que me ronda por la cabeza y necesita ser plasmado en papel… y si alguien tiene a bien perder un poco de tiempo en leer esto, que sepa que será más que encantadamente recibido.

Hay distintas formas de mirar la vida; también hay distintos sitos desde donde verla pasar. Si cada uno elige qué ver y cómo verlo, yo elijo además desde donde contarlo. Mi bolsillo no es más que un refugio. En estos tiempos en que ya no se llevan las trincheras pero se precisa un lugar seguro desde el que pasar las tempestades, yo escojo mi recogedero de pelusillas y agujeros de balas modernas, también mi escondite de papeles importantes o apuntes sin sentido. El bolsillo de los caramelos o de la calidez en las noches de invierno. El de las propinas y el de ¿cómo no puede estar ahí? . El de las cosas que se enseñan con sorpresa y el de las que es mejor callar. Mi bolsillo, siempre dispuesto, lo está también para dejar que me agazape, en esos días en que apetece pararse y mirar. Y ver las pequeñas cosas, o las grandes. Y dar opiniones, para sentirse parte del “todo”. Unas veces en el pantalón, otras en la camisa, y muchas en los abrigos, a veces en lo alto, otras más abajo, consciente de lo bueno que es cambiar la perspectiva. 

"Desde mi bolsillo" escribiré artículos de opinión sobre impresiones del día a día, situaciones reales, asuntos de actualidad, impresiones, inquietudes, apreciaciones absurdas o trascendentes, por qué no historias, por qué no música... escribiré con fuerza, con alegría o tristeza, con sentimiento, y con atrevimiento en otras ocasiones, según me plazca... escribiré sin una temática concreta más que la de la misma vida, qué mejor trama. Comenzamos...