jueves, 26 de septiembre de 2013

El momento del día

Suele pasar que los mejores momentos del día, los que se recuerdan antes de irse a dormir, están en cortas y graciosas situaciones.

Son las cuatro y media de la tarde, día soleado (raro) en una estación de tren en el norte de Inglaterra. La estación es ruidosa (normal), está limpia (poco habitual) y (como siempre) está abarrotada de gente (me asusta un poco, aún no he pasado por allí las suficientes veces, pero me gusta). Los andenes esperan con mucha gente a sus orillas, inevitable pensar a dónde van, o de dónde vienen, me gusta ese sentimiento agridulce que chirría y se disuelve con la llegada de un tren sobre los laberínticos raíles.

Pero hoy decido no quedarme en los vagones, ni en los silbidos de salida, podría… bien merecen unas letras. Prefiero quedarme antes, en el amplio vestíbulo de entrada, bajo los paneles que centellean las horas de partidas y llegadas. Pienso que es, a su manera, una especie de plaza Mayor, delimitada por tiendas y cajeros, con una estatua imponente en el centro y banquitos alrededor con gente que, en este caso espera, pero a la vez, disfruta leyendo, conversando o, actualmente, deslizándose por las pantallas de los acaparadores Smartphone.  

En mi caso estoy hablando amenamente por el móvil. Al otro lado de la línea una persona, a la que tengo cariño, me ametralla con una historia significativa que le ha ocurrido hoy, escucho atentamente, me río, comento, mientras también me veo las uñas (podría habérmelas arreglado), miro a mi alrededor, observo el movimiento que tiene esta ciudad que no parecía tan agitada. Es entonces cuando algo despierta mi curiosidad, distraigo un poco mi atención del teléfono. Se trata de un chico moreno, diría que parece Español, calculo que tendrá 25 o 26 años, de actitud divertida, natural, fresca, viste de una forma casual, como se dice ahora, me llama la atención que marca su estilo personal con una boina que lleva con gracia, sin modas, porque le apetece. No puedo evitar recordar a Brad Pitt al que también le apasiona el estilo Oliver Twist. El chico se detiene cerca, en un puesto pequeño de comida rápida. El tendero es un hombre alto, negro, fuerte, calvo, tendrá unos 40 años, parece cansado, pero no duda en aprovechar cualquier oportunidad para atender una cara amigable con amabilidad y una gran sonrisa, con la que es complejo toparse hoy en día. El chico pide una hamburguesa, y apuntilla “por favor, póngala para llevar”. Es entonces cuando el tendero cómicamente se da la vuelta, risueño, quizá es su momento menos rutinario del día, el más divertido, el que recordará al atender al próximo cliente o al irse a dormir, quizá el chico también lo recuerde, yo lo hago, y él, que parece llevar ya mucho tiempo haciendo lo mismo, le dice entre carcajadas “podría pasar a la cocina si quiere… ¿para qué otra cosa voy a ponérsela?”. El chico se da cuenta de su tonta petición, se sonroja, sonríe tímidamente, luego ríe algo más fuerte, después de un día de trabajo cualquier motivo es bueno para ello, comparten una mirada cómplice mientras el joven trata de disculparse diciendo que ha madrugado mucho, es final de semana y el cansancio pasa factura.


Al otro lado del teléfono escucho un “¿Qué te parece? Y ahoooora… voy a contarte lo más divertido de todo…”. Sigo atendiendo la llamada mientras pienso que yo también he vivido un momento divertido, de esos que pasan fugazmente, de manera inesperada, que es difícil de contar y comprender para los que no han estado allí, de esos que buscas a propósito y a diario para sonreír, para divertirte y hacer la vida más llevadera.

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